EDITORIAL
Arranquemos
con esta frase: Jorge Luis dice "solo aquello que se ha ido es lo que
nos pertenece"...
Según
entiendo, algunas religiones o prácticas religiosas orientales, se centran o
apuntan hacia el desprendimiento del ego... Me viene a la mente una escena de
la película "Siete años en el Tíbet",
en la que Brad Pitt protagoniza a un
reconocido escalador de montañas alemán llamado Henry. En esta escena Henry
trata de impresionar a una mujer tibetana haciendo una demostración de sus
habilidades y mostrándole los títulos que a lo largo de su carrera había
conseguido. Ella le responde que "escalar montañas es un tonto
placer" y que una de las grandes diferencias entre sus culturas, que en
realidad serían nuestras culturas, es que nosotros "admiramos al hombre
que se impulsa hacia la cima en cualquier modo de vida, mientras que ellos
admiran al hombre que abandona su ego". Y termina diciendo " al
ciudadano tibetano promedio jamás se le pasaría por la cabeza llamar la
atención de esa manera".
Me
pregunto desde el desconocimiento total, y para que la pregunta quede en
suspenso ¿Si se abandona el ego, que pasa con el deseo? ¿Se puede seguir deseando?
Observemos
la frase con la que inauguramos esto: dice "solo aquello que se ha ido es
lo que nos pertenece". ¿Acá él dice que solo los recuerdos nos pertenecen?
si es así, veamos que nos parece que son los recuerdos. Pensemos en un recuerdo
en particular. ¿Lo tienen? ¿Es igual a la experiencia original? si es un
recuerdo viejo, ¿es igual a como lo recordábamos hace algunos años? Bueno esto
nos indica que no los manejamos, no los poseemos, entonces, volvamos sobre el
sentido de la frase de Jorge Luis. Si entonces, eso que se ha ido no nos
pertenece, y según él es lo único que nos pertenece, entonces nada nos
pertenece. O solo nos pertenece la disolución de todo, ni el devenir, porque
este es incontrolable.
¿Qué
pensamos ahora sobre el deseo? Hablemos sobre el deseo del otro.
Cuando
uno desea algo, desea poseerlo. Lo mismo pasa con el deseo del otro. Según Hegel, el encuentro de dos deseos es
una lucha a muerte en la que la definición de esto es la individualización del
amo por un lado y el esclavo por el otro. Pero es a muerte y se da que en esta
lucha uno de ellos tuvo miedo a morir. Ahora, este resultado no da felicidad o
placer para uno u otro, porque el deseo es de doblegar al otro, no el del otro
doblegado, entonces cuando el otro es doblegado, porque tuvo miedo a morir,
cambia y el deseo queda insatisfecho para ambas partes. Esto es psicoanálisis
puro. Si entendemos que esto es así entonces perpetrar el deseo es un
vaciamiento del espíritu. Es la angustia de no satisfacer nunca nuestros
deseos. O de que no nos satisfagan nunca nuestros deseos.
En
fin, pensaba que entendiendo así lo que es el deseo entonces puede no haber
tanta diferencia entre nuestras culturas. Lamentablemente en Occidente se hace
un culto al deseo, a dominar al otro y a todo lo que nos rodea. La expresión
máxima de esto son las ciencias, disciplina que se lanza al dominio de los
entes en general. En Oriente se abandona el deseo y el ego, que es la expresión
máxima del deseo. Esto es inconcebible para nosotros, porque para nosotros es
el motor de nuestras vidas el desear, y desear es el terreno de la gente que
sabe vivir, según nuestra cultura...
Juzgo
con estas palabras a nuestra cultura, pero desde el desconocimiento total de lo
que significa abandonar el deseo y desde la insatisfacción de ver el rumbo que
vamos llevando como sociedad.
Pensando
sobre nosotros, hay una palabra que utilizamos con frecuencia y que tal vez
involucre al deseo en alguna de sus formas y que a simple vista puede parecer
que es la posesión del otro en su totalidad. Pero si pensamos sobre lo que
significa y vamos hacia sus profundidades puede resultar algo muy distinto.
Ella es casi una forma de vida. Es amor.
Chistian
Soria.-
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES PARA
PRIMAVERA, VERANO, OTOÑO, INVIERNO... Y OTRA VEZ PRIMAVERA
La
belleza radica en las pequeñas cosas... Una flor... un castillo de arena... una
hoja seca cayendo de un árbol... Una gota de lluvia en medio de una ventisca
húmeda y fría... No hay nada bello por decreto, no hay un manual estipulado de
belleza. Kant nos dice: lo bello es lo que agrada universalmente sin
concepto... y en la naturaleza, tratando de ser objetivos, la belleza es el
todo, es una satisfacción desnuda de todo interés.
La
belleza de un arco iris, de una oruga convirtiéndose en mariposa, de una
estrella fugaz surcando el furioso cielo azul de la noche, rememoran paisajes
perfectos de la naturaleza. Una belleza que solo puede ser contaminada por la
mano del hombre, siempre dispuesto a destruir todo lo que hay a su lado. Y por
esa razón, buscará liberar al corazón de esa piedra que lo atormenta todas las
noches. Una piedra que arrastramos de por vida, como le muestra el monje a su
pupilo en el film Primavera, verano,
otoño, invierno... y otra vez primavera, del talentoso Kim Ki Duk. El director surcoreano elige un monasterio Budista que
flota en el río Jusan para contarnos el círculo de la vida. No será necesario
ahondar en diálogos... los silencios, las imágenes, y los símbolos que van
apareciendo en el film, alcanzarán para entender todo.
Kim Ki Duk
trabajará todo de forma lineal, con un gran sentido del tacto. Los encuadres y
los planos firmes de cámara, lograrán una perfecta contemplación poética de la
naturaleza, una especie de haiku visual. Veremos cámaras fijas que de a poco
van ampliando el horizonte para entender que la plataforma se mueve, aunque por
momentos no nos demos cuenta. Pero lo que más se acerca a la belleza pura es su
imagen. Cada estación estará marca por una cromática diferente. La fotografía
de Baek Dong-Hyun logra un poder
visual exquisito, y eso está perfectamente estudiado, ya que el director viene
del mundo de la pintura. Los colores fuertes para el principio del film, con el
verde como máximo exponente darán paso a una paleta de colores marrones o
amarillentos mientras las hojas del otoño caen. Sobre el final, el blanco de la
nieve invernal, recubrirá todo en una escala de colores fríos.
El
film nos mostrará las etapas de la vida a partir de las estaciones del año.
Empezará con la primavera, donde
veremos un niño haciendo travesuras, como atarle piedras a un pez, una rana y
una serpiente, mientras el monje lo mira a lo lejos, sin decirle nada. Al otro
día, el alumno amanecerá con una piedra atada a su cintura, y el monje le dirá
que vaya a liberar a los animales, pero si alguno de ellos está muerto, cargará
con esa piedra en el corazón el resto de su vida. Al ver que sólo la rana pudo
sobrevivir, el pequeño romperá en llanto. La primavera, el perro, y el niño,
representan el inicio de la vida, la ignorancia entre el bien y el mal, hechos
que la sabiduría del monje intentará transmitir en esos primeros pasos.
Llegaremos al verano, donde un gallo
aparecerá en escena, como representación de la adolescencia y de la lujuria, de
las primeras decisiones que marcarán un camino. La llegada de una joven con su
madre para intentar curar su alma enferma, y regresar cuando encuentre la paz,
despertará esas pasiones en el joven adolescente. Veremos cómo esa puerta en el
medio del lago, es un pasaje al mundo real, la perdida de la inocencia. Las
puertas son otros símbolos que aparecen varias veces y el director nos va
tirando pistas de lo que va a suceder, como cuando el joven monje, en vez de
atravesar la puerta decide pasar por el costado, por esa especie de muro
invisible, para estar junto a su amante, en un anticipo de lo que será su
futuro... Luego de ser descubiertos, las palabras del monje resonarán con
fuerza, cuando le dice que la lujuria despierta el deseo de poseer. Y eso
despierta la intención de asesinar. La chica, ya en paz, se irá. El joven
seguirá sus pasos, pero a escondidas...
El
otoño, la soledad del monje llegando
a la tercera edad y el gato representarán la independencia, la edad adulta,
pero también la comodidad para esconderse de sus decisiones, como cuando el
monje ya adulto, viene a buscar la redención luego de haber asesinado a su
esposa, rememorando las viejas palabras de su maestro. La escena con los
detectives y el maestro pidiendo terminar el Sutra budista, para limpiar el
alma, como un punto importante de la película... donde vemos un claro ejemplo
de filosofía budista, ya que ninguno de los personajes tiene un nombre, ya que
según su filosofía, abandonan su individualidad, para ser parte de un todo, los
únicos que tienen nombre son los dos policías, no budistas. El final, con el
monje realizando un ritual de suicidio, dará paso a la inmortalidad.
Inmortalidad
que se verá en la serpiente, que abandona el bote para refugiarse en el templo,
mientras el invierno hiela todo a su
alrededor, como esperando la llegada del nuevo monje y servirle de guía. El
monje llega después de pasar un tiempo en la cárcel, a la espera de la
redención definitiva. Vuelven a aparecer los animales que el martirizó de niño,
para ir cerrando el ciclo. La puesta del Buda mirando hacia el templo, para
resguardarlo del pecado. El ciclo se termina de cerrar con la nueva primavera,
una tortuga como representación de la longevidad, y la eternidad del ciclo de
la vida, mientras un niño juega con las piedras en sus manos, para empezar todo
de nuevo.
El
maestro coreano apunta directamente a los sentidos, a preguntarnos internamente
sobre cuestiones esenciales de la vida, a interactuar entre lo que se ve y lo
que se capta, mientras nos demuestra que la violencia está ahí, latente,
esperando despertar. Un film que contiene una hermosa metáfora basada en la
filosofía budista, nos va atrapando con imágenes, con los ruidos de las hojas,
el sonido del agua, y el silbido del viento como una perfecta canción, la
canción para los días de la vida...
Marcelo
De Nicola.-
Canción
post impresiones
FICHA TECNICA
Título
original: Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom
Año:
2003
Duración:
103 min.
País:
Corea del Sur
Director:
Kim Ki-duk
Guión:
Kim Ki-duk
Música:
Park Ji-woong
Fotografía:
Baek Dong-hyeon
Reparto:
Oh Yeong-su, Kim Ki-duk, Kim Jung-yeong, Seo Jae-gyeong, Kim Yeong-min, Ha
Yeo-jin, Ji Dae-han
SINOPSIS
En
un remoto valle entre las montañas, un joven discípulo aprende a templar su
espíritu a partir de las doctrinas de Buda. Su maestro, un venerado monje, le
enseña lo valioso de cada vida en particular y lo importante y delicado de cada
uno de nuestros actos en esta vida.
A
medida va pasando el tiempo, aquel joven aprendiz va despertando y madurando
cada vez más su espíritu. El pequeño templo flotante perdido entre las montañas
le fue quedando cada vez más chico y el fuego del deseo, inherente en todo ser
humano, estalla, así como también estallarán todas las pasiones.
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