EDITORIAL
Camino
por las veredas destruidas por el paso de los años, cruzo la calle adoquinada
mientras el reflejo de la luz de un colectivo me apunta directo a la nuca, no
paro, no miro para atrás, sigo adelante esquivando miradas. Veo un patrullero
con la sirena prendida en la puerta de una pizzería, me río para dentro pero me
siento en la misma situación que el auto, abandonado a su andar, esperando
alguien que lo manipule. La lluvia no tarda en llegar, busco guarida bajo un
frondoso árbol que pierde hojas por la ventisca, mientras me pregunto quién
soy, de donde vengo, como llegué hasta acá. Arranco de nuevo en dirección hacia
el río y escucho bocinas y bombos, gente que protesta, recuerdo ciertas caras
en carteles haciendo promesas imposibles y la sangre hierve al compás de los
tambores. Me camuflo en una peatonal entre trajes de etiqueta, portafolios y
carros de basura que buscan reciclar su futuro a cambio de unas monedas.
Anochece y en la plaza se escuchan los primeros ruidos de bolsas que se
contraen mientras cuerpos cadavéricos vagan con la mirada perdida. Por momentos
soy ellos, pero me pregunto si ellos alguna vez podrán ser yo... Los olores me
siguen los pasos y se impregnan en mi ropa mientras un taxi acude a mi rescate.
Una vez adentro escucho sermones mientras paseo por la ciudad a cambio de
varias opiniones y demasiados billetes. Siento que ya estuve en ese auto pero
en la parte de adelante y decido bajarme sin más dialogo que un gracias y hasta
luego. La luz del auto desaparece raudamente entre la cortina de agua.
Encuentro un edificio en ruinas al lado de uno lujoso, como si fueran el ying y
el yang arquitectónico. Siento que pasé la vida en ambas edificaciones,
observando las hermosas luces y espejos gigantes en uno y soportando el frío
del invierno en el otro. De repente la veo a ella y trato de seguirla pero su
sombra desaparece en la mía... quizás ella soy yo, quizás nos encontramos en un
mismo cuerpo, mientras las nubes revolotean alrededor de la luna, que me hace
entender que ya no está llorando el cielo. Sin darme cuenta, camino entre las
bóvedas del cementerio, contemplo el silencio como el más ruin de los cobardes,
mirando la nada. Me niego a creer que estoy aquí buscando la salvación eterna,
el perdón de las almas olvidadas. ¿Estoy vivo o soy un muerto que deambula por
la ciudad en busca de alguna fórmula mágica perdida? Miles de rostros empiezan
a desfigurarme la cara mientras mi cabeza entra en un huracán de apariciones
entre gritos y llantos. Siento que fui todas esas personas pero a la vez no los
reconozco. Nuevamente una sirena me devuelve a la realidad. Esta vez es mucho
más aguda y cercana. De repente unas puertas se abren y un fondo de paredes
blancas invade mi mente. Un pasillo largo con camillas completa el decorado
mientras mis pies se piden permiso mutuamente para moverse. Bajo al parque
mientras empiezo a caminar en círculos por horas sin entrar en comunicación con
nadie. Encuentro en esas vueltas eternas la forma para escapar de la locura de
la sociedad, de las mentiras y de la furia que nos tienen atados a una silla
sin respaldo. Quizás esta sea la forma para entender quién soy, sabiendo que la
mejor manera de engañar al mundo, es entrando en trance...
Marcelo
De Nicola.-
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE ZELIG
Así
como hace varios años un filósofo ítalo argentino, intentando desenmarañar el
concepto del alma humana, intentando alcanzar lo más profundo de ella, preguntó
insistentemente ante una audiencia estupefacta (que según la crónica narra
jamás comprendió aquella interpelación) “come se fa el vino?”, hoy, desde la
humildad de esta mesa y de los amigos que la integran, me interesa preguntar,
retomando tal vez la energía de aquel que indagaba, aquella pasión por
interponer la duda a lo evidente: ¿Qué
es una imagen? Una imagen, intentará responder rápidamente alguien del
público, es un reflejo. Sera aquí, entonces, donde la respuesta a nuestra
pregunta empiece a alejarse. El 5 de diciembre del 1829, Joseph Niepce, luego de varios ensayos, inventa lo que se llamó “la cámara oscura” con la cual logra
captar sobre una placa aquello que su objetivo reflejaba. Luego de su muerte,
aquel invento sería usurpado y comercializado por Louis Daguerre con el nombre de “Daguerrotipo” quien
lograría fijar de manera permanente, aquello entregado por la cámara. Con el
advenimiento de este nuevo medio de expresión, algunas personas repararon
asombrados en la capacidad para registrar y a la vez revelar la realidad física
visible, o potencialmente visible. Hubo acuerdo general en que la fotografía
reproduce la naturaleza con una fidelidad “equiparable a la naturaleza misma”.
El mismo Darwin declararía en
aquella época que a él le interesaba la verdad y no la belleza y que no había
dudas de que las instantáneas transmitían las expresiones faciales más
evanescentes y fugaces.
Aquel “espejo con memoria” traería consigo entonces,
una gran y eterna discusión entre los artistas y los realistas en donde estos
últimos argumentarían que el fotógrafo debía invariablemente reproducir, de
algún modo, los objetos que se encuentran ante su lente; que carecen,
decididamente, de la libertad del artista para disponer las formas e
interrelaciones espaciales al servicio de su visión interior. Sería por aquella
mitad del siglo XIX que el positivismo se expandiría por toda Europa dando los
argumentos a los realistas para desangelar miserablemente a los amigos de esta
casa, los muchachos del movimiento romántico. La mentalidad positivista vendría
a festejar una representación fiel de la realidad, completamente impersonal.
Sera también a raíz del surgimiento de este movimiento que se organicen las
herramientas para legitimar el estudio naturalista del ser humano, tanto
individual como colectivamente volviéndolos objetos de estudio. ¿Cuál será
entonces aquella realidad objetiva que le quita el sueño a esos canallescos
refutadores de leyendas? ¿Cómo será aquel reflejo / objeto tan despojado del
“yo” que observa? Recordemos en este punto que un plano es ideología no por lo
que muestra, sino también por lo que decide no mostrar. ¿Cómo despojar del yo a
aquella “realidad” (y aclaro realidad entre comillas) que queda fuera de campo?
La fotografía convierte al sujeto en objeto, es la captura de aquel sutil
instante donde el representado no es ni sujeto ni objeto, sino un sujeto que se
ve devenir en objeto, dirá Barthes
una “mircroexperiencia de la muerte”.
Miguel
de Unamuno, a esta altura ya un amigo más de la casa, nos dijo hace algún
tiempo que el ser es una unidad. Que el ser otro, en este caso el convertirse
en objeto, era destruir esa unidad y por lo tanto era la nada y que la nada, no
era otra cosa más que la muerte misma. Continuará entonces Roland Barthes en su
libro “La cámara Lucida” diciendo
que una foto – retrato es una empalizada de fuerzas. Dirá que son cuatro los
imaginarios que se cruzan, se afrontan, se deforman. Ante el objetivo, soy a la
vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo
cree que soy y aquel de quien se sirve para exhibir su arte. Al posar,
entonces, uno fabrica instantáneamente otro cuerpo, uno se transforma, anticipadamente,
en imagen. ¿Será entonces la imagen un cúmulo de intenciones tal vez tallados
por la época, tal vez dictados por la cultura, aquella cultura que es la
memoria del pasado de los pueblos? Zelig,
aquel experimento en la filmografía de Woody
Allen, tal vez venga a aportar a este caos de ideas algunas preguntas. El
film profundizará sobre el peso de la mirada del Otro y la sobrevaloración de
aquellos reflejos. Trabajará la idea de que la imagen es la que es pesada,
inmóvil, obstinada y es por eso que las sociedades se apoyan en ella. El yo,
sin embargo, es ligero, dividido y disperso y jamás puede estar quieto, tal vez
por eso es incapturable. Seguiremos caminando por las tinieblas, buscando desesperados
el reflejo del otro para reafirmar así absurdamente nuestro yo. Mientras tanto,
entre las vicisitudes del recorrido de este laberinto, sigo preguntándome: ma
come se fa el vino?!
Lucas
Itze.-
Canción
post impresiones
También escuchamos un clásico
Y nos fuimos con otros genios
FICHA TÉCNICA
Título
original: Zelig
Año:
1983
Duración:
76 min.
País:
Estados Unidos
Director: Woody Allen
Guión: Woody Allen
Música: Dick Hyman
Fotografía: Gordon Willis
(B&W)
Reparto: Woody Allen, Mia
Farrow, Gale Hansen, Stephanie Farrow, Garrett Brown, Mary Louise Wilson, Sol
Lomita, John Rothman, Susan Sontag
SINOPSIS
Falso
documental sobre Leonard Zelig, el hombre camaleón que asombró a la sociedad
norteamericana de la 'era del jazz'. Su historia arranca el día que miente al
afirmar que ha leído Moby Dick, sólo para no sentirse excluido. Desde entonces,
su necesidad de ser aceptado lo lleva a transformarse físicamente en las
personas que lo rodean, convirtiéndose así en un fenómeno mediático, en una
celebridad sin esencia. Testigo de algunos de los acontecimientos más
importantes de los años treinta, encaja a la perfección en todas partes porque
asume las características tanto físicas como psíquicas de las personas con
quien está para caerles bien.