EDITORIAL
El
verde musgo recién mojado encierra cada adoquín para que no pueda escapar de
esa oscura calle llena de nostalgias del pasado. Una vieja rocola esparce unos
tangos salidos desde algún ventanal olvidado. Algunos pasos y un auto cada
tanto, le ponen un poco de vida a ese panorama sombrío que amenaza con
suicidarse ante cada golpe de las olas contra el muelle. Observo con simpatía
un último farol que resiste estoicamente los embates del tiempo. El silencio se
rompe por un grito de gol que llega desde un barsucho de mala muerte, mientras
la última colilla del cigarrillo da de bruces contra el pavimento. Alrededor de
cuatro personas salen del bar, haciendo gestos ampulosos con ambas manos, y
vociferando sonidos guturales, con palabras imposibles. El bar, mientras tanto,
apaga la luz y deja descansar sus vasos de Martinis mal preparados.
Avanzo
en línea recta por una cuadra llena de caserones viejos y habitaciones vacías,
se sienten algunos aullidos de un gato enamorado que vaga por lo techos de
chapa. Llegando a la esquina del bar, veo unos garabatos con tiza y números
pero no llego a divisar de qué se trata. Un auto que pasa me sirve de linterna
y con su luz ilumina fugazmente las viejas baldosas grises, descubro que es una
rayuela que finaliza con una flecha en la puerta del bar, como invitándome un
copetín al paso.
A
pesar de que no hay luces adentro, se escuchan voces y alguna que otra canción
que suena de fondo, pero no se ve ninguna sombra. Trato de mirar lentamente a
través de las cortinas un poco amarillentas, pero sigo sin descubrir nada. El
picaporte medio hacia abajo, me da el empujón necesario para entrar. Una vez
adentro, noto que estoy casi atrapado entre dos puertas, como si fuera el
antebaño de las viejas casas de pueblo. En el medio del juego, decido seguir
adelante. Al abrir la puerta siento que entro en un portal mágico. Varias caras
conocidas charlan, beben y debaten en las distintas mesas del salón. Una barra
con altas banquetas aparecen ancladas al piso, mientras mesas y sillas forman
parte del decorado. El salón se divide en dos, con rocolas y escenarios a ambos
lados, como para que nadie se sienta sólo. Todavía no entiendo que hago allí
dentro cuando siento una voz con un tono medio francés, al darme vuelta, es el
mismísimo Julio Cortázar que me da
la bienvenida y me invita a tomar una copa.
Todavía
en estado de shock, mis pupilas parecen agrandarse con cada paso que doy. Me
acerco vergonzosamente a la barra, y veo a Fontanarrosa
y el Negro Olmedo hablando de su
Rosario natal, mientras un tal Che
Guevara les convida un habano cubano. Un poco más allá, apoyado en una mesa
con un bolígrafo en mano, un excitado Galeano
le muestra sus latinas venas abiertas a un parco Borges, que parece no estar de acuerdo en absoluto con el debate
planteado. Sigo caminando y me voy acercando lentamente a uno de los dos
salones, no sé si encarar para la izquierda o para la derecha, y elijo la
primera opción porque una cabellera rubia me llama la atención.
Trato de pasar
desapercibido y noto que quien está con esa misteriosa mujer no es otro que Rodolfo Walsh, quien parece estar
mostrándole algunos escritos a esa dama de rasgos tan puros. Mi sorpresa es
mayor cuando distingo que es ni más ni menos que Evita, quien charla amenamente con el periodista, mientras pienso en
voz baja: si la viera el General… De repente escucho el sonido de una vieja
guitarra criolla que me transporta a épocas lejanas, y camino casi levitando
entre la gente. Veo en una ronda una especie de zapada en donde Tanguito lleva la voz cantante, acompañado
por la poesía de Spinetta, y las
locuras de Pappo, mientras recuerdan
las gloriosa década del sesenta. Un poco más allá, ginebra en mano, un
libidinoso Luca Prodan aparece como
siempre lo imaginé, tratando de entablar una relación de cualquier tipo con Alejandra Pizarnik. Así, mientras la
noche se hace más noche, van pasando Gardeles
y Gaticas, Sábatos y Favios,
hombres y mujeres, como en un lisérgico viaje de placer. De repente, tras el
escenario se empiezan a escuchar los primeros compases de un bandoneón, que
parece salido del futuro. Tras unos minutos de estupenda sonoridad musical, un
telón deja al descubierto a Astor
Piazzolla, que con un gesto invita a pasar a un histriónico Tato Bores, quien agradece por una
nueva velada y entona el siguiente párrafo: gracias una vez más por esta visita
mágica al bar de los que no callan cuando los demás duermen, recuerden siempre
el pasado pero vivan el presente ansiando descubrir el futuro, que lo
escribimos con nuestras propias palabras, salgan a caminar y a encontrarse con
ustedes mismos, porque como dice nuestro amigo Julio, recordando sus bohemias
noches europeas, que no hay nada más hermoso que caminar bajo la lluvia, aunque
esta no sea, la de una Medianoche en París...
Marcelo
De Nicola.-
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE
MEDIANOCHE EN PARÍS
La
inteligencia, está íntimamente relacionada con la capacidad de cada individuo
de generar conexiones. El proceso creativo que opera a través del sistema bisociativo propuesto por Arthur Kloestler, profundiza sobre este
tipo de conexiones y propone, a grandes rasgos, a la creatividad como conexión
entre marcos de referencia, siendo el resultado de esta combinación de ideas
antes no relacionadas, no la suma de las partes, sino un nuevo todo. El viaje
hacia aquella conexión, hacia esa relación sobre la que el mundo se distrajo,
no está más que repleto de angustias y soledades. No conectar, entonces, nos
deja en un estado de vulnerabilidad que podríamos llamar inicialmente
intelectual para luego extenderlo a otros planos de nuestra vida. La soledad,
mis amigos, no es otra cosa que la desconexión. Sentir que las cosas están
allí, entre nosotros, vivas simplemente por preconceptos, por relatos de otros,
por vivencias de otros, no nos hace estar menos solos. Las muchedumbres jamás
conectan, tímidamente proyectan. Reflexionaba Proust en su libro “En busca del tiempo perdido” que “Tal vez la inmovilidad de las cosas a
nuestro alrededor les es impuesta por nuestra certeza de que son ellas y no
otras, por la inmovilidad de nuestro pensamiento frente a ellas…” Allí
entonces, la falta de creatividad, de inteligencia ante lo que nos rodea, allí,
la inmovilidad del que está solo y observa.
En esta inmovilidad del
pensamiento, sufriendo el adormecimiento de la creatividad y la inteligencia,
se encontraba Gil Pender,
protagonista de la genial comedia de nuestro gran amigo Woody Allen, Medianoche en
París. El punto de ataque elegido por Allen, encargado del libro y la
dirección del relato, es precisamente en el viaje a París, lugar donde se
desarrollan los arreglos previos al casamiento entre Gil e Inez. Gil se sentirá
bloqueado tanto en lo artístico como en lo personal. Jamás logrará conectar ni
un instante con Inez. Solo los lúcidos y sutiles pasos de comedia, propios de
la aguda mirada de Allen, podrán suavizar aquella inmensa soledad. Pender,
entonces optará por la inteligencia. Logrará sobrepasar aquel bloqueo creativo
y conectará con el medio reviviendo aquella historia francesa repleta de héroes
tales como Hemingway, Dalí, Buñuel, los Fitzgerald. Asistiremos a diálogos
donde se preponderara sin ningún tipo de complejo el fanatismo ante la
verosimilitud, y se remitirá al estereotipo en la composición de los personajes
históricos, claramente no por una falta de conocimiento y/o de investigación,
sino para favorecer el rápido reconocimiento de estos por parte del espectador.
Notaremos en la composición del personaje de Owen Wilson, el gran trabajo de dirección para lograr aquel
antihéroe tan particular que recorre por lo general la curva dramática de los
relatos de Allen. El film poseerá una fotografía diseñada con una idea
pictórica capaz de contarnos Francia tal vez de la manera más bella. El happy end
estará lejos de arruinar el final. El film centrará sus fuerzas sobre la idea
de comprensión dentro de un mundo caótico, complejo y dispar. No hace mucho
tiempo, en una entrevista realizada al inmenso músico Pedro Aznar, se lo consultaba sobre sus lecturas en la niñez. Pedro
entonces, puso en palabras el sentimiento de varios (función clara del poeta y
muchas veces del músico también). Él dijo más o menos lo siguiente: yo leía a Cortazar desesperadamente, porque
sentía que aquel tipo me entendía, me era familiar. Seguramente, esa sea la
única conexión posible en este oscuro mundo repleto de soledades que llegan
tarde. Allí, donde no existe el tiempo, ni las edades, y donde la maldita
muerte es solo un punto final y nada más… allí, mis queridos amigos, es donde
los espero.-
Lucas
Itze.-
Canción post impresiones
También les dejamos la musica de Cole Porter, parte de la banda musical del film...
FICHA TÉCNICA
Título
original: Midnight in Paris
Año:
2011
Duración:
96 min.
País:
Estados Unidos
Director:
Woody Allen
Guión:
Woody Allen
Música:
Varios
Fotografía:
Darius Khondji
Reparto:
Owen Wilson, Marion Cotillard, Rachel McAdams, Corey Stoll, Kurt Fuller,
Michael Sheen, Mimi Kennedy, Kathy Bates, Léa Seydoux, Alison Pill, Tom
Hiddleston, Gad Elmaleh, Adrien Brody, Vincent Menjou Cortes, Carla Bruni,
Olivier Rabourdin, Yves Heck, François Rostain, Adrien de Van, Marcial Di Fonzo
Bo, Nina Arianda
SINOPSIS
Un
escritor norteamericano algo bohemio (Owen Wilson) llega con su prometida Inez
(Rachel McAdams) y los padres de ésta a París. Mientras vaga por las calles
soñando con los felices años 20, cae bajo una especie de hechizo que hace que,
a medianoche, en algún lugar del barrio Latino, se vea transportado a otro universo
donde va a conocer a personajes que jamás imaginaría iba a conocer...