EDITORIAL
¿En qué tren llegamos a
esta estación que llamamos vida? Todos tenemos la esperanza de haber abordado
aquel en el que se celebra una gran fiesta que, en definitiva, es lo único que
se puede hacer con tanta vida de más. En ése en el que se pregunta por aquella
palabra extraña llamada necesidad. El tren de la televisión que te abraza y la
memoria renga. Aquel bólido de motor puntual y asistencia perfecta. Conductas
irreprochables de los que cortan el boleto cagándose de risa en la cara de los
estúpidos pasajeros. Pasajeros al azar, pasajeros porque sí. Y vos, que no
tenés nada que hacer en ese lugar, de repente te cansas de ver siempre la misma
película. Aquella en el que se aplaude al héroe entre la multitud. Aburre aquel
beso, repetido hasta el vómito, en medio de la tormenta. No sentís orgullo de
aquel viejo que se animó a la última y única aventura con la rodilla rota y la
próstata por el piso. Detestás la idea de la esperanza del último suspiro por
que la muerte acecha. El placer del premio consuelo, la medallita con papel
autoadhesivo. Pura mierda…
En el tren de al lado ves que la gente sabe bajarse
a tirarle piedras a ese estúpido vagón de ventanas rotas. Cargado de pastillas
y olor a alcohol. Nunca habías observado a una vida irse de manera tan violenta
y hermosa hasta que te fijaste en el tren de los rieles paralelos. En esos
vagones las lágrimas son saladas de verdad y vale la pena ahogarse en ellas.
Porque la suerte en verdad les pateó el culo y los dejó adormecidos desde la
primer hasta la última estación. Porque las cartas que llevan en sus manos son
la única posibilidad que tienen de ganar la partida. La música es música porque
así lo reflejan sus sonrisas ¿Quién necesita la novelita para sentir algo? En
el tren de los lujos se llora al cuadripléjico salir campeón del baile y el
señor pasajero siente miedo de perder su aburrida existencia por las manos de
aquella gente indeseable. Ni siquiera se dan cuenta de que las vías de ambas
formaciones se dirigen al mismo basural. Descorchan, victoriosos, que el tren
de al lado acelera pasionalmente a carcajadas y se pierde en la noche
haciéndose un punto en el horizonte. Y temen por sus cuentas, por su tecnología
acechada por el paso de los días. El tren, a efecto de aquel temor, se
ralentiza y con él los latidos de los corazones de aquellas personas que solo
se acercan al sentido de la vida cuando hablan de aquella formación
perfectamente imperfecta que vieron pasar velozmente por al lado casi sin darse
cuenta. Puede haber muchas miserias en esos relatos, mucho dolor y sangre
envenenada pero es necesario que se hable de aquel tren a toda velocidad. Que
pasa como la luz más incandescente. Es necesario, además, porque las vidas del
tren festivo no valdrían nada si en algún momento se desprendieran de aquellos recuerdos…
Alan Beneitez
Canción elegida para
la editorial
IMPRESIONES
SOBRE RECUERDOS
¿A dónde están aquellos
versos que rugen? ¿Qué desierto alejó tu nombre de todos los poemas? Las
pinturas bajan su mirada y se esconden, tímidas, en el frio abrazo de la
distancia. ¿Es que se acabaron los espejos en esta galería? Plumas blancas
sobre cadáveres al costado de un camino. Aquellos bellos cuerpos fríos se
esfuerzan por hablarme. Sus bocas destrozadas intentan, aunque sea, murmurar mi
nombre. Su esfuerzo ya no me conmueve. ¿Es que ya nadie se acuerda de mis
lágrimas? Camino entre los cuerpos buscando el tuyo, temiendo encontrar el mío.
La tierra levanta cierto polvo que dificulta ver el fondo. Ese es el truco.
¿Hasta dónde pensaban llegar con esas pobres chispas de pólvora húmeda? ¿Es que
en serio no ven que el mundo continúa; acentuando las distancias; olvidando
para siempre los nombres de nuestros amigos? Busco con pena, entre los
escombros, los restos de aquellos puentes amarillos. Veo los pájaros asustados,
volar hacia las jaulas. Sus alas ensangrentadas, heridas de muerte, golpean
sobre los nefastos hierros de sus celdas. El ruido hiela mi alma. No hay cuerpo
que genere sombra. La tarde se apaga en mi muerte. Evoco aquel consejo:
transformar lo cotidiano en símbolos, transformarlo en algo que pueda perdurar
en la memoria de los hombres. ¿Será que habremos arruinado todos los recuerdos?
Digo esto como si aún poseamos alguno. Digo esto creyendo, todavía, saber lo
que es recordar, o peor aún, lo digo, quizás, en el frustrado intento de aquel
juego con el tiempo, en la inútil búsqueda de aquellas marcas de lo loable.
Sandy Bates derrama estas mismas lágrimas, aunque desde un análisis mucho más
profundo y poético llamado “Stardust Memories”, firmado y actuado por un
compañero de esta mesa, el señor Woody Allen. Quizás una de las películas más
profundas de Allen. Quizás la más catártica.
Tomará como base del relato al
film “Fellini 8 y ½”. Federico, aquel pilar. Aquel doble espejo, en donde Allen
ve reflejado tanto lo maravilloso de lo estético como también lo inalcanzable.
Esta apreciación se mantendría intacta si de Bergman habláramos. Stardust
Memories¸ como también lo hiciera la ya citada película de Fellini, viene a
contar la crisis de un artista, que no es otra que la crisis sufrida por el
mismo Allen en aquella época. Luego de “El Dormilón”, hablo del año 1973, la
narrativa de Woody Allen varía buscando mayor profundidad en el análisis, en la
trama, escapando a la estructura de sketch televisivo. Aparecerá, entonces,
Love and Death, marcando el inicio de este camino, el cual se ira
intensificando en los años consecutivos con Annie Hall, Interiores y Manhattan.
Por allí, olerá a Shakespeare y Bergman, otros pilares de nuestro gran amigo.
Este punto de giro en la búsqueda artística de Allen está claramente reflejado
en Stardust Memories. Veremos en el relato la presión ejercida por la
productora, por el público, hasta por sus padres, exigiendo el retorno a la
comedia más pura, al chiste como finalidad. Aparecerá la realidad social como
un peso más en la angustiosa carga del protagonista. Los relatos comprendidos
en este nuevo periodo, estarán presentes dentro del film con la sutil aparición
de sus personajes adornando escenas, interactuando mínimamente con el
protagonista, solo para recordar al ojo despierto sobre lo que realmente
estamos hablando. El film contará con una extraordinaria fotografía, la cual
estará a cargo de Gordon Willis. Se trabajará el blanco y negro y se remarcará
con precisión los distintos cambios en el estado de ánimo de Bates a través del
encuadre de cámara.
El relato no será lineal, ya que el protagonista evocará
rupturas amorosas, jornadas de rodajes las cuales serán narradas mediante el
uso del racconto. Stardust Memories, relatará las horrendas presiones sufridas
por un autor en crisis. Se le exigirá al protagonista ser otro que ya no es.
Quizás en este reclamo, veamos justificado aquel apellido Hitchcockiano elegido
por Allen para el protagonista de la obra, que no hace más que remitirnos al
personaje de “Psicosis”. Tal vez allí este reflejada la dolorosa carga que
implica aquella añosa lucha entre el deseo y el deber. Sandy Bates, finalmente,
terminará cediendo su visión y todo culminará en un final con beso. Pero Allen
destacará la ironía de la vida al mostrar al público, conformado por los mismos
personajes del film, levantarse de la sala de proyección discutiendo sobre las
profundidades narradas en el relato. Bates aparecerá en la soledad de la sala,
se pondrá unas gafas negras y se ira melancólicamente, como un recuerdo de
alguien que se aventura a la evocación desde las sucias páginas de los
libros de la buena memoria.
Lucas Itze
Canción post
impresiones
También sonó
Y según la Rolling Stone, el puesto nº 2 de la historia
Algo de los Beatles no podía faltar
Homenaje al Chavo, con los recuerdos de tantas sonrisas
FICHA
TÉCNICA
Título original: Stardust
Memories
Año: 1980
Duración: 90 min.
País: Estados Unidos
Director: Woody Allen
Guión: Woody Allen
Música: Varios
Fotografía: Gordon
Willis (B&W)
Reparto: Woody Allen, Charlotte Rampling, Jessica Harper,
Marie-Christine Barrault, Tony Roberts, Daniel Stern, Amy Wright, Helen Hanft,
John Rothman, Anne DeSalvo, Joan Neuman, Sharon Stone
Argumento
Sandy Bates (Allen) es
un cineasta cansado de hacer películas cómicas. En un mal momento de su vida,
los ejecutivos de un estudio quieren cortar el final desesperado de su próxima
película para hacerlo más comercial. Al mismo tiempo, es invitado a un festival
de retrospectiva de sus películas, donde es asediado por fanáticos.
Ahí conoce a Daisy
(Jessica Harper), una violinista que le recuerda a una ex novia problemática,
Dorrie (Charlotte Rampling), pero su novia francesa Isobel (Marie-Christine
Barrault) lo visita con sus dos hijos. Incapaz de decidirse a quién amar, qué
nuevo final poner para su película y lidiar con sus demonios del pasado
(revividos mediante las preguntas de los fans y por la proyección de sus
películas), fantasea acerca de su propia muerte y promete a Isobel reescribir
no sólo el final de su película, sino su vida. La película cierra con los
protagonistas saliendo de la sala de proyección del festival, comentando la
película misma.
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