lunes, 15 de septiembre de 2014

PSICOSIS - PSYCHO

Programa 70 (22-08-2014)


EDITORIAL

Hoy desperté más temprano que de costumbre. Quise ir a recorrer las calles de esta ciudad por última vez con la esperanza de lograr divisar otro color que no sea ese profundo e incansable gris. Quise poner a prueba una vez más mi fe y encontrar algún ángel entre tanto ente endemoniado.
Luego de doblar mi colchón y envolver mis pertenencias las coloqué debajo del mismo árbol de siempre y emprendí mi caminata, lenta y hacia ningún lugar. Más lenta que de costumbre, es que no quería perderme ningún detalle. Acá arriba estaba el sol que brillaba más que de costumbre y era hasta más cálido. Allí abajo estaban los mismos ojos de siempre fijados a las baldosas rotas y envoltorios tirados, rellenando los huecos. Las nubes se paseaban lentas en contraposición de aquellas pobres almas a mi alrededor que se dirigían hacia quien sabe dónde a paso acelerado y con los hombros preparados para embestir contra todo lo que se cruzara por delante. Yo lo vi todo y a todos. Nadie me vio a mí. Hable con todos ellos. Los perdoné y les dije que comprendía que tenía sus costos lograr pertenecer. 


Entre ellos, mi soledad y las desesperadas ganas de charlar con alguien. Entre ellos el abandono a la búsqueda de su yo más sincero. Y entre tantos otros, el costo más engañoso de todos: el de creer en la existencia de personalidades únicas, originales, cuando solo somos infinitos puntos idénticos formando la misma línea, convencidos de ser diferentes, de estar fuera del todo. Será quizás porque soy consciente de eso que sentía una distancia tan grande para con los demás. Las reglas de la geometría que dicen que entre un punto y otro hay infinitos puntos me impidieron acercarme a los demás y me condujeron a ese puente que atraviesa un profundo río. Tan profundo e idéntico a todos los ríos. Entonces el tiempo me cedió por única vez la certeza del futuro. Aquel futuro que si compartimos cada uno de nosotros, el que llega a todos por igual sin condición alguna ni preferencias. Decidí darle mi hueco en aquel árbol a la siguiente exactitud  de mi persona. Comprendí que fui ya demasiado egoísta al adueñarme de tanto silencio regalado por los demás y que había deambulado ya por demasiado tiempo repitiendo el libreto del amigo de la manada de perros y el sujeto silencioso. Poco quedaba ya de mis ropas agujereadas de espanto y fríos nocturnos. Observé, desde la altura de aquel puente, las aguas que formaban una línea hasta más allá de la vista y en un ataque único de originalidad decidí atar mis pies a aquella roca. Me arrojé sin miedos al origen, dejé en la tierra la incontestable pregunta acompañada de una profunda psicosis…

Alan Beneitez.

Canción elegida para la editorial


IMPRESIONES SOBRE PSICOSIS


Dejarlo todo y marcharse.  Sentir el golpe final de aquella puerta y continuar con el valor intacto. No girar la mirada nunca más. Tomar cualquier ruta y perderse en la selva, olvidar nuestro cuerpo en alguna esquina. Mandar todo este mundo a la mierda, para construir otro, con otras torpezas, bajo otros rituales. Patear la maldita pecera y prometernos, una vez más, el océano. Cuantas veces vimos amanecer con estos ojos de piedra, con cuantas ginebras intentamos apagar esta angustia que nos genera mirar por la ventana del bar y ver la decadencia de nuestras aventuras, ver el plan desarrollarse con tanta precisión, ver el deseo agonizando, durmiendo aquel sueño tan parecido a la muerte. 


La tristeza de reducir nuestras experiencias a una agenda, reducir nuestras carcajadas, a esta mueca inefable. Vamos, hablo en definitiva de sentirnos vivos, de experimentar por un instante la idea de libertad, beber de ese néctar embriagador y en la mejor de nuestras borracheras, despojarnos de todo. Hablo de entender que estamos rodeados de cosas muertas e inútiles. De que lo único que se nos ocurre en medio de este naufragio es la soberbia. Escribimos nuestros poemas con soberbia, manchamos nuestras pinturas soberbiamente, tenemos nuestros hijos por soberbia. Hablo de sernos sinceros, aunque sea por un breve segundo - con eso basta - y escapar lejos de esta cárcel que hemos construido con todas nuestras rutinas. Hablo de Marion, tomando la ruta, para destruir su propia jaula. ¿Cuantos de nosotros experimento alguna vez todo ese valor? Psicosis, quizás la obra maestra de Hitchcock, trabaja esta idea desde el comienzo de su narración. Desde sus títulos iniciales, la película ocupa la idea de un “yo” dividido. Veremos formarse en la pantalla mediante la unión de dos partes separadas, los nombres de las cabezas de equipo que participaron en la realización del film. Como cada uno de los trabajos del Señor Hitchcock, Psicosis, posee un trabajo minucioso en sus puestas de cámara, en cada uno de sus encuadres. Trabajará en la narración tanto con el punto de vista de los personajes, así como también con el del público. Controlará el voyerismo del espectador, con la precisión de un mago. Se tomará su tiempo para hacernos caer en aquella tela de araña que es el Hotel Bates. Entraremos en aquella oficina, que no es otra cosa que el mismo Norman. Allí estará el Búho, aquel cazador nocturno que nos observará, como lo harán el resto de los pájaros disecados, recordándonos la muerte, o el intento de manejo de la misma. Y entonces vendrá una de las escenas más emblemáticas de la historia del cine.


A la altura quizás, si aceptan el posible exabrupto de quien les habla, del coche de bebé cayendo por las escalinatas del “Acorazado Potemkim”  de Eisenstein o aquel tren que nos atemorizó a todos de los hermanos Lummiere. Vendrá el asesinato de la bañera, oiremos la música, aquella música terrible, atormentadora que nos remitirá al filo del acero, ella misma será todo lo cortante que una nota pueda serlo. Lloverá una cantidad de planos excesiva, respecto de otras secuencias de la película pero magistrales cada uno de ellos. La ducha continuara cayendo, las puñaladas también. Todo será sangre y dolor. Luego lo veremos a Norman salir de aquella casa en lo alto, esa casa que representa tan bien la relación con su madre. Él quizás sea ese hotel, pequeño y sometido a la visión avasallante y controladora que ofrece la casa donde en teoría habita su madre. Aquella residencia será oscura y no será otra cosa que el lugar de su flagelo. Norman no matará por placer, será justo el placer lo que busque exorcizar de la culpa, será aquella sensación la que busque purificar hasta de su propia madre.-       

Lucas Itze.-              

Canción post análisis


También sonó algo de Bersuit


Y nos fuimos con algo bien punk



FICHA TÉCNICA

Título original: Psycho
Año: 1960
Duración: 109 min.
País: Estados Unidos
Director: Alfred Hitchcock
Guión: Joseph Stefano (Novela: Robert Bloch)
Música: Bernard Herrmann
Fotografía: John L. Russell (B&W)
Reparto: Anthony Perkins, Janet Leigh, John Gavin, Vera Miles, John McIntire, Martin Balsam, Simon Oakland, Patricia Hitchcock

Sinopsis

Una joven secretaria, tras cometer un robo en su empresa, huye de la ciudad y, después de conducir durante horas, decide descansar en un pequeño motel de carretera regentado por un tímido joven llamado Norman. Todo parece normal y tranquilo tanto en el apartado motel como en la casa de al lado en la que viven Norman y su madre, pero las cosas no son lo que parecen.


TRAILER


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