EDITORIAL
Festejar en medio de esta jauría, donde los
tarascones de la bestia apuntan con una efectividad inusitada acertando con
todo aquel odio contenido sobre lo más estructural, lo más esencial de nuestro
ser, puede resultar por lo menos miserable. Los datos son contundentes y como
escuchaste recién, ya lo anunciábamos antes de dar el primer paso. Despidos por
goteo, despidos en masa, gente en las calles, familias enteras improvisando
camas en cualquier esquina, desguace del estado y de todas sus políticas de
inclusión, destrucción de la educación, persecución y mano dura a los maestros,
incumplimiento de la ley de financiamiento educativo, crecimiento desesperado
de la pobreza, resurgimiento de enfermedades antes erradicadas, salvaje
represión a manifestantes, inescrupulosa persecución política, feroces
asesinatos en manos de las fuerzas de choque estatales, presos políticos,
presos sin sentencias, presos porque si, crecimiento inconmensurable de la
deuda, de las tarifas, de los alimentos, favorecimiento al desarrollo de
monopolios, blindaje y complicidad mediática, abusos de autoridad, brutal
desfinanciamiento de la ciencia y también de la cultura. Cinismo, aquel cinismo
que te consume lento por dentro convidando desamparo, donde debía haber
jolgorio, instalando el individualismo donde teníamos que estar todos juntos.
Aquel cinismo que interpreta la necesidad viendo el negocio y jamás el derecho.
Si se dobla es gracioso, si se rompe no, comento alguna vez un comediante amigo
de esta casa. Los pedazos de todo esto crujen su agonía sobre las veredas de
este barrio hace un buen rato, cómo entonces podríamos estar riendo. El año ha
empezado con nosotros en las calles y con nosotros allí termina. Desde esta
trinchera, no hemos hecho más que gritarte en estas 200 oportunidades que
tuvimos, aquello mismo que te advertimos desde que la luz de aire se encendió
por primera vez: den la alarma. Cada película elegida, cada texto escrito
respiraba el humo entrañable de aquel grito de guerra: compañeros, den la
alarma. Si los que este programa hacemos, no dudamos jamás en definir al arte
como un punto de vista, como un lugar desde donde mirar al mundo, defender
estas banderas no debería ser nunca una sorpresa. De este mismo lado es donde
nos convocamos cada jueves sin otro objetivo quizás que el de contarte como vemos
a través de los que ya miraron, buscando detectar aquello no dicho, o aquello
no oído o simplemente aquello que cada cosa esta por decir, que no es más que
el origen propio de toda estética. Alguna vez Benedetti escribió aquel verso
maravilloso que proponía defender la alegría como una trinchera, y eso tal vez
pueda ser nuestro único aliciente. Los que estamos aquí hoy, levantamos nuestra
copa, entonces, porque sabemos que a pesar de todo la alegría es el último de
los robos, porque aunque hagan su mayor esfuerzo las calles siguen siendo
nuestras, porque la alegría es inteligencia y la inteligencia discrimina y
discriminar es pensar y como todos ya sabemos, ninguna bestia ha podido jamás a
lo largo de toda la historia contra un pueblo que piensa.-
Lucas Itze.-
Canción elegida para la
editorial
EDITORIAL
FINAL
Armar un festejo, siempre es complicado.
Invitaciones, catering, quien se suma, quien se baja, que música suena, todo,
es parte de un gran banquete en donde nuestras mentes se contaminan hasta
puntos inauditos. En el detrás de escena de un programa, puede pasar de todo, y
más, cuando se trata de uno especial, como llegar a 200 emisiones. Ahí, los
problemas se transforman en cuestiones más grandes, y nos empezamos a dejar
llevar por ideas y situaciones que son poco factibles de concretarse, pero de
ilusiones y de sueños, vive el hombre. Y un sueño fue lo que me llevó a
escribir esto. Mientras esperaba algunas respuestas de viejos amigos que no
tardarían en llegar, me dispuse a poner la mente a descansar… De repente, me
encontraba en el medio de una casa, pero no una casa común y corriente, sino
esos caserones viejos, de barrio, con una terraza inmensa. Lo cuento de a poco
porque la idea es que se vayan imaginando el contexto. Esa casa, sin dudas,
significaba la casa de la infancia, pero quizás, mucho más enorme de lo que uno
la ve ahora. Bueno, les decía entonces que estaba en una terraza, pero no me
encontraba solo. Había gente alrededor, mucha gente. Entre ellas, varios
conocidos, amigos de antaño, y otros pasajeros, esos que pasan como un número
en la vida, que están en determinados momentos, y luego desaparecen como por
arte de magia, pero simplemente porque los caminos se bifurcan. Entre todo ese
hechizo, varias teles vomitaban imágenes desde una pared, que iluminaban la
terraza gracias a los colores que emanaban. Mientras, una cámara rodaba por
ahí, filmando quien sabe que… Entonces, hasta ahora, tenemos una terraza con
gente conocida y no tanto, unos televisores encendidos, y una cámara que corre.
De repente, la idea de una foto, típica de los tiempos que corren. Todos vamos
al encuentro, las caras empiezan a parecer más reales, y el flash de la cámara
esconde un ruido furioso. Ese ruido furioso viene de un motor de un auto… Si,
ustedes pensarán que estoy hablando locuras, pero amigos, así son los sueños, y
aquí, me estoy encargando de transcribirles uno… Entonces, se escucha un motor,
y aparece una señora, de esas que le vemos una cara conocida, pero que no sabremos
nunca quien es, se acerca a los gritos, señalando lo que pasaba abajo. Me asomo
desde la terraza, y se encontraba una multitud reunida, banderas, redoblantes,
típicos de una movilización o fiesta pagana. Mis ojos, apenas asomado a la
pequeña pared, alcanzan a divisar un auto, que a toda velocidad empieza a
embestir a la gente, en lo que si esto lo tradujéramos a nuestras impresiones,
podríamos llamarlo un aniquilamiento de los sueños. Y los sueños, muchas veces
decantan de cosas vividas o que pasan. Y acá me permito decirles que toda esa
situación, la vivía como si fuera una protesta y su futura represión, pero sin
armas ni nada que se le parezca, sino encerrados sin poder escapar, ante ese
callejón sin salida, remitiendo a imágenes que los noticieros nos bombardearon
durante esta semana. El auto entonces es rodeado, la furia se hace presente
entre la muchedumbre, que intenta prender fuego todo a su alrededor. La Revolución ha
estallado. Pero no se las puedo contar, porque los sueños, como ustedes saben,
no los manejamos nosotros. Acto seguido, me encuentro nuevamente en la terraza,
esta vez, con dos niños que juegan con una cámara de fotos. Uno de ellos, de
alrededor de diez años, me dice algo que aprendió sobre fotografía, con total
confianza, ya que esos chicos, en realidad, son algunos de mis sobrinos.
Entonces me cuentan algo sobre un tal Kazmarov o Kezmarov, y acá es cuando la
locura de hacer un programa de radio se hace presente. Porque mi respuesta,
ajena a todo, hasta de ellos mismos, es que lo conozco, porque más de una vez,
mi compañero de ruta lo ha nombrado en sus impresiones, pero que el tipo, es
guionista. Una vez dicho eso, el sueño termina, y me despierto sin entender
nada. Veo el celular nuevamente, y algunos de los mensajes esperados por los
200 programas han llegado. Seguramente ustedes en este momento buscarán en
internet quien ese ese personaje de apellido estilo soviético. Para no hacerlos
perder el tiempo, eso ya lo hice antes, y como era de esperarse, no apareció
nadie. Pero es esa la linda locura en la que estamos inmersos hace ya casi
cinco años, que nos jugamos hasta los sueños para poder hacerles llegar algo
más que un programa de radio. Por eso, levantaremos la copa una vez más, como
hacemos en cada emisión, para dejar que los sueños, sigan siendo parte de esta
hermosa familia que hemos compuesto y siempre esperando que ese auto que nos
quiera atropellar, falle en el momento justo… Salud compañeros.
Marcelo De Nicola.-
Canción elegida para cerrar
el programa