IMPRESIONES
PARA LOS SIETE LOCOS
Llegará el día en que una
copa caiga y en cualquier lugar del mundo, un abrazo se separe para siempre. El
día en que alguien olvide un nombre, para que a muchos kilómetros de distancia,
brote sobre una tierra seca e imposible, una flor blanca. Siento llegar el día
en el que cada carilla escrita, sacie, al fin, el hambre de muchos. Caminaremos
con un entusiasmo nuevo, con la sangre rejuvenecida, en aquel carnaval libre de
causalidades grises, que reducen el azar a la tibia simpatía de la sorpresa. El
idioma nos tenderá atroces trampas y navegaremos con orgulloso descreimiento en
el vacío eterno de sus palabras. El riesgo finalmente saldrá de los bares, y
repartirá oportunidades a cada burro ciego que camine por las rectas calles de
la ciudad, empaquetado en su overol de oficina, con aquella pesada angustia de
haber olvidado para siempre el juego, de haber visto su muerte en el
traicionero desvanecimiento de la última sonrisa. Llegará aquel día compañeros,
lo gritan las guitarras, lo silban los arboles desde la frialdad de sus troncos
inmóviles, está escrito en la aletargada muerte de cada estrella. Llegará aquel
día, mis amigos, y las calles, al fin, serán nuestras. Caminaremos bajo un sol
enfurecido y delirante, hermanados en aquel sueño de la aventura.
Ese sueño que
era la vigilia de tipos grandiosos como Silvio
Astier, aquel que mataba el tedio de sus días, intentando hacer cuerpo todo
aquello que leía. O aquel otro inolvidable personaje, Erdosain, que buscaba en el milagro de la locura, en los callejones
de la ficción, la escapatoria a esa realidad de billetes ajenos y miserias
propias. Fue el brillante Leopoldo Torre
Nilsson, aquel exponente de la nouvelle vague argentina, ese poeta
cinematográfico, quien en el año 1973 se aventuró en aquella osada empresa de
llevar a la pantalla dos novelas de nuestro gran amigo Roberto Arlt, densas desde su temáticas, extraordinariamente
complejas en la composición de sus personajes: Los siete locos y los
Lanzallamas. Adaptar una obra, es siempre adueñarse de un sueño ajeno.
Hacer de aquello, objeto de impulso creativo, duda movilizadora. Adaptar es
hacer arqueología entre aquellos fósiles escondidos que son la trama y sus
personajes. Es sumergirse en el papel del detective en la desesperada búsqueda
de aquel criminal astuto que no es otro que el propio autor, aquel que borra
sus huellas en el correr de las páginas, en el avance inexorable del drama. Santiago Carlos Oves, nos dice al
respecto que: Todo lo extenso, los
pensamientos internos, las digresiones, descripciones, etc. deben condensarse y
circunscribirse a la premisa, al núcleo temático que propone la obra.
Tal
fue la labor realizada por Torre Nilson y sus colaboradores en el área de guion
al someter la obra de Arlt a la transformación a un lenguaje puramente audiovisual
y filmable. Veremos entonces en la cinta ciertas condensaciones de escenas,
diferentes resoluciones y algunas omisiones realizadas para evitar el
estancamiento y el lento desarrollo del conflicto lo que afectaría directamente
en la atención del espectador y al dinamismo del relato cinematográfico. La
fotografía del film será oscura como sus personajes y trabajará en algunas
escenas dentro de la gama del sepia. Los personajes estarán interpretados con
genialidad por un grupo notable de actores, entre ellos estarán Alfredo Alcon, Hector Alterio, Norma
Aleandro y Sergio Renán. La naturalidad de sus interpretaciones tendrá la
tonalidad típica de la época, con ciertas reminiscencias teatrales y diálogos
un tanto literarios para los oídos contemporáneos. Los siete locos vendrá a
contarnos la historia de un tipo angustiado y decepcionado por la voraz y
corrosiva realidad en el que el mundo ha decidido morir sus días. Aquella
causalidad desesperante en la que la pobreza se convierte en hambre y el hambre
en falta de dignidad. Luchemos hasta el último momento por los sueños que nos
quedan. Que la vida se nos vaya en defender aquel futuro que intentan negarnos.
Será solo aquella muerte, la que haga de este cuerpo, un cadáver exquisito.-
Lucas Itze.-
Canción post impresiones
UNIVERSO
TORRE NILSON
Nacido en 1924, e hijo de
Leopoldo Torre Ríos, uno de los pioneros del cine argentino, creció en el medio
cinematográfico asistiendo tanto a su padre como a su tío (también director) en
muchos de sus films.
Debutó en la dirección con
el cortometraje El muro (1947),
cuyos elementos evidenciaban una búsqueda literaria y cierto rechazo al cine
demagógico.
En 1949 realizó su primer
largometraje codirigido con su padre, El
crimen de Oribe, adaptación de la novela El perjurio de la nieve, de Adolfo
Bioy Casares.
En 1953 filma El hijo del crack. En 1954 filma La tigra y Días de odio, adaptación del
cuento Emma Zunz de Jorge Luis Borges.
En 1955 dirige a Tita
Merello en Para vestir santos, un
año después filma dos películas: El
protegido y Graciela.
En 1957 empieza a ser
reconocido mundialmente con La casa del Angel, la historia de Ana, una
adolescente que ha crecido en un ambiente represivo e hipócrita. El
descubrimiento del sexo y de la crudeza de la vida significa el fin de su
inocencia. Fue nominado a la Palma de
Oro en Cannes.
Otro clásico aparece en
1958 con El secuestrador, en 1959
filma La Caída y en 1960 llega Fin de fiesta, otro de sus grandes
films. Ese año también dirige Un guapo
del 900 con Alfredo Alcón.
Piel
de verano con Alcón y una joven Graciela Borges y La mano en la trampa fueron sus films
de 1961.
En 1962 filmó Homenaje a la hora de la siesta y 70 veces siete, esta última con la Coca
Sarli.
En 1963 dirigió La terraza.
En 1966 El ojo de la cerradura. Los traidores de San Angel y La chica del
lunes en 1967. Un año después filma Martín
Fierro, el clásico de José Hernández.
En 1970 filma El santo de la espada, con Alfredo
Alcón, su actor fetiche, en el papel de Jose de San Martin.
Alcón también se
pone en la piel de Güemes un año después, cuando hacen Güemes, la tierra en armas.
Se vuelven a unir en 1972
para el film La Maffia y luego para Los siete locos. En 1974 adapta la Boquitas pintadas, la novela homónima
de Manuel Puig. Un año después, vuelve a
adaptar a Bioy Casares en La guerra del
cerdo.
En 1975, Alfredo Alcón se
pone en la piel del famoso ladrón conocido como El pibe cabeza, en la película del mismo nombre.
Su último film fue en
1976, y se tituló Piedra Libre con
Marilina Ross, y Juan José Camero.
Con la cara hecha ajedrez
va la magia militar.
En la vida hecha ajedrez
nunca el peón se come al
rey.
Nos fuimos con esta perlita
FICHA
TÉCNICA
Título original: Los siete
locos
Año: 1973
Duración: 118 min.
País: Argentina
Director: Leopoldo Torre
Nilsson
Guión: Mirta Arlt, Beatriz
Guido, Luis Pico Estrada, Leopoldo Torre Nilsson (Novelas: Roberto Arlt)
Música: Mariano Etkin,
Osvaldo Requena
Fotografía: Aníbal Di
Salvo
Reparto: Alfredo Alcón,
Norma Aleandro, Héctor Alterio, Thelma Biral, Sergio Renán, José Slavin,
Osvaldo Terranova, Leonor Manso
SINOPSIS
Cuenta la historia de un
hombre que consigue trabajo en una azucarera, gracias al primo de su esposa.
Allí cometerá un fraude y conocerá a un extraño personaje que lo conectará con
un grupo con quien tramará un atentado terrorista.
PELÍCULA
COMPLETA